sábado, 8 de diciembre de 2007


domingo, 25 de noviembre de 2007

To be or not to be

A dos minutos de poner dos tablas de madera cruzadas sobre mi blog, porque cometí un estúpido error que ahora me obliga a censurarme y eso no es, me planteo si poner un nuevo link de alguien que me ha descubierto la de siempre (¿gracias?; me he vuelto a enamorar de un chico que no conozco). O si escribir de mi falta de personalidad, o más bonito, de mi enorme capacidad de mimetizarme con todos los estilos de la gente que leo y me gusta (bloggers o no). O si, ahora que he tenido que coger 12 taxis uno detrás de otro (29 años, 7 taxis, tres días, 12), comentar el misterioso efecto del volante imantado de los taxis que hace que la distancia entre el mismo y el taxista no supere los 25 centímetros. Pero este tema se haría largo (lo que solía ser mi tónica general, hasta que el inseguro camaleón que llevo dentro me tentó a probar otras cosas), porque también querría disertar sobre si ese trabajo provoca tics y desequilibrios mentales, o si el carnet de taxista exige que las prácticas se hagan en los coches de choque. Y como tampoco tengo tiempo -pero no os puedo explicar por qué; recordad, ahora tengo que censurarme-, pues lo dejo aquí.
Y como siempre, me pido un día más para decidir. Matar, por mucho que sea a un ser (si me creo que las plantas tienen vida, los blogs no van a ser menos) que se diría que siempre ha estado muerto, es una decisión que no se puede tomar a la ligera.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Perdiendo el tiempo

Domingo, por la tarde, tipo... 17:30. Nada que hacer. Tenía ganas de perrear (es decir, leer, escuchar música,...), porque entre semana le regalo todo mi tiempo a la empresa en que trabajo (porque son majetes) y se añora la vida silvestre (la-la-lalala-lalalalalaaa). Pero como ha sido un fin de semana largo (es un decir; un fin de semana nunca puede ser largo), pues ya lo hice ayer, y hoy... "meaburro!" (léase como lo diría Homer).
Y en estos momentos me pregunto por qué me quité de aquella página de contactos, que podía haber puesto punto final a mi solitaria existencia. No es que no tenga amigos, es que la mayoría tienen pareja, y el domingo es el otro día pseudo-oficial de la pareja (después del patrocinado por el capitalismo).
Estuve dos meses, exponiendo mi fotito, con un texto (en la jerga, "anuncio", lo que según Wikipedia, "es un mensaje destinado a dar a conocer un producto... con propósito persuasivo..." lo que me devuelve una imagen de mí misma que no me gustaría que se entreviera en mi anuncio) , como decía, con un texto ingenioso, y una descripción vulgar sobre mí (qué música te gusta, qué comida, cuánto mides y pesas,... me extraña que no preguntara por mi color favorito). Y con eso, pretendía yo que otro descreído del medio, pero frustrado porque su círculo parecía no ampliarse hacia el lado adecuado y porque el 95% de la gente con la que trabaja fuera de su mismo sexo, pretendía que ese alguien interesante, con su fotito de chico normal-con un punto-atractivo, su texto ingenioso, y su descripción inevitablemente infantil e inútil para los efectos, contactara conmigo. Y una de dos, o no me vio (es alucinante la cantidad de gente que hay ahí metida), o estaba en un bar usando la forma tradicional para conocer a una sucedánea mía. Pocos pasaron la primera prueba: decir algo ocurrente. Ninguno la segunda (me la guardo). De cualquier forma, me resistía a quitarme (alimentaba mi ego cada mañana revisando cuánta gente había respondido a mi anuncio -está torcidita la palabra porque me ha dado un escalofrío al escribirla-), hasta que un día, volviendo a casa en el tren, un chico se quedó mirándome fijamente. Cuando lo noté, le miré, y la mantuvo. La quité. Y seguía notando su mirada sobre mí. Y así la media hora que duró el trayecto. Y mi vena paranoica decidió que me había visto en la dichosa paginita, y que sabía que no sólo estaba sin pareja, sino que estaba buscando "algo" y eso le daba a él derecho al menos a observarme intrusivamente. Llegué a casa, subí corriendo las escaleras de caracol, encendí la luz y me suicidé -no, perdón, eso es de otra historia- ... subí las escaleras, encendí el ordenador y me borré. Seguido de un suspiro.


Mi moraleja: la química es indetectable a través de un ordenador y pretender controlar lo que debe ser espontáneo es una paradoja insalvable (de la que ya hablaba un sesudo psicólogo).

viernes, 9 de noviembre de 2007

Talento

Recurrentemente, tengo una discusión con una amiga sobre si el talento es algo que viene de serie o si el esfuerzo es suficiente para conseguir grandes cosas (la discusión no es tan simplista, pero por abreviar). Yo soy la que defiende que lo determinante es el talento, y que sin él, el esfuerzo pierde el tiempo. Hay quienes se empeñan y consiguen hacer cuadros-libros-canciones-...(arte, en general) digeribles, incluso bonitos-interesantes-pegadizas. Y, oye, tienen su mérito. Pero sólo los seres con talento consiguen hacer magia. Sólo lo que ellos hacen atrapa y conmueve.
El autor de este cuadro es un niño encantador de una familia bien, que tras un tiempo sin rumbo, y bajo cierta presión familiar para que fuera a la Universidad, estudió Bellas Artes. No parecía algo vocacional, y la gente sospechaba que era la adoración por su padre, también pintor, lo que estaba determinando su elección. Se dejaba llevar. Pero su talento estaba al acecho.


Y ahora no puedo dejar de mirar este cuadro.


Es de Pablo Pereda, y se está exponiendo la colección "Momentos" en el Café Galdós, en Madrid, C/ Madrazo, 22, metro Sevilla.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Cosas que nunca te dije

No huyáis, no es una (otra) declaración de amor. Es sólo una lista de cosas de las que nunca se habla, con una breve introducción sobre mi preocupación por este hecho. ¿Por qué no se habla de ello? ¿Quién intenta taparnos la verdad? ¿Qué intereses hay ocultos? ¿Qué organizaciones: el CNI, la TIA?

- Desde hace unos años (¿tres, tal vez?), la radio española se limita a repetir y repetir lo que ellos han decidido que son “grandes éxitos” (salvo Radio 3, a la que tampoco le cojo el punto). Lo fueron haciendo poco a poco, y una de dos, o somos todos estúpidos y no nos hemos dado cuenta, porque se nos han frito las neuronas viendo el Tomate, El Diario de Patricia, etc., o nos gusta que nos repitan y repitan las mismas canciones una y otra vez, como a los hamsters les gusta dar vueltas a una rueda una y otra vez. Qué placer infinito. El caso es que no han debido de perder audiencia, porque si no, ya habrían cambiado de estrategia. Tragamos, ¿qué opción nos queda? ¿Enviarles una carta quejándonos, carta que nos llevaría escribir varios meses –sin faltas, incluso años-, para que nada cambie? A mí me exaspera. Me estomagan ya las dichosas cancioncitas, y seguro que me estoy perdiendo millones de cosas nuevas que me harían disfrutar enormemente, por culpa de la dictadura de la radio.
- Los zapatos y las sandalias de chica. Una amiga mía sí habló una vez de ello en su blog, pero me parece que sin la indignación que corresponde. ¿Cómo puede ser que absolutamente todos los zapatos y sandalias de chica hagan daño o rozaduras o su puta madre? ¿Y por qué tenemos que aguantarnos? ¿Por qué? Ni siquiera pagar un buen dinero (90€) por un par te asegura que te libres de la tortura. No. Me imagino a misóginos diseñadores de zapatos sonriendo maquiavélicamente sentados en un sillón con orejas, mientras acarician a su gato persa blanco (¿esto es del Inspector Gadget?). ¿Pero qué he hecho? Prefiero andar descalza o cortarme los pies antes que tenerme que poner esos elementos de castigo. Y aún así, muchas de nosotras mantenemos la sonrisa y somos simpáticas con la gente. Y no es cosa de mis pies; cuesta sacar este tema, pero cuando he conseguido que alguien cantara, me han confesado que ellas también sufren. Y sé que las he puesto en peligro por hacerme estas declaraciones, pero hay que hacer algo contra ello y las revoluciones requieren del sacrificio de algunas almas anónimas.
- Y la fruta. Los que tenéis más de 25 años, ¿recordáis cómo sabía la fruta? Suena a abuela y a “en mi época todo era mejor”, pero decidme que la fruta de ahora está rica. Los melocotones saben a insecticida, los que saben, los tomates ni siquiera (¿el tomate es fruta o verdura?), la sandía también sabe artificial, las fresas muy gorditas, pero insípidas, las ciruelas, los nísperos, y así el resto. Y te dejas un riñón en comprar una cosa asquerosa que te comes sin rechistar, sin siquiera hacer un comentario a tu acompañante de lo asquerosamente mala que está desde hace años la fruta.
- El tren de Cercanías. El tremendo problema de Barcelona tiene aquí a su silenciado hermano pequeño. Cada día de mi vida el tren sufre retrasos. Cada día. A veces, son cortos retrasos de 10 minutos (10 minutos que eran míos y que si no me los hubieran robado, seguro que los habría aprovechado), y a veces son retrasos de casi una hora. Sí, así es. Y para qué nos van a informar del tiempo previsto de retraso, por no hablar del motivo –alto secreto siempre-, si, total, tragamos y seguimos ahí sentaditos, muchos dormitando igual de plácidamente, otros refunfuñando por lo bajo, otros con una actitud impasible de persona madura que acepta los contratiempos con aplomo,… La última vez sí que dijeron algo por megafonía. Después de 40 minutos parados sin informarnos de nada, decidieron poner la cinta de “Señores viajeros, debido a las obras en la estación de Chamartín los trenes están sufriendo retrasos de 5 minutos. Disculpen las molestias”, seguida a los pocos minutos por la cinta de “Señores viajeros, por avería en la señalización de las vías, los trenes están sufriendo retrasos de 10 minutos”, y una más: “Señores viajeros, por ___ (no me acuerdo; también era mentira) los trenes están sufriendo demoras de más de 15 minutos”. Sí, empezamos a notar las demoras de más de 15 minutos hace unos 15 minutos; ¿puede ahora darme una información que sí me sirva de algo?

Habrá continuación, os lo voy advirtiendo.

domingo, 21 de octubre de 2007

Mi amigo David

Ayer lo volví a ver. Nos volvimos a ver, en realidad, pero parece que al ser yo la más interesada, la que más lo quería, la que más lo llevaba queriendo, tengo que ser yo el sujeto. Aunque no siempre he sido yo el sujeto en esa relación, o eso quiero creer, aunque las evidencias me contradigan.
Lo volví a ver. Por fin. Después de tres años, más o menos, me obligué a no llevar la cuenta exacta. Los dedos más gorditos, la cara más gordita,... No gordo, ni mucho menos, pero más rellenito, menos espigado. Transmitiendo la misma seguridad, la misma presencia, pero distinto. Tal vez quería yo verlo distinto, ver a otro en él, para justificar su olvido, para perdonarle por olvidarme. Qué más da, en realidad; no podría dejar de perdonarle.
Fingí que exageraba mi alegría al saludarle, abriendo los brazos cuando se acercaba, para abarcarlo al darle dos besos, cuando en realidad llevaba un buen rato aleccionándome para mantener las distancias al reencontrarlo, para no saludarle con un abrazo sentido, un único beso en la mejilla -como hacen los amigos de verdad- y unas lágrimas contenidas. Le di dos besos sonriendo, y en seguida, pasé a saludar al otro amigo del colegio, menos amigo mío, más de él, y luego a sus respectivas novias. A todos con la misma alegría, para que no se diera cuenta de lo mucho que lo echo de menos, y que no pudiera sospechar que el encuentro para mí era más bien doloroso, porque es cuando lo veo, cuando más lo extraño.
Uno se acostumbra a vivir sin quien un día fue importante, se acostumbra sin notar la ausencia, pasa poco a poco, y un día se da cuenta de que ya no tiene contacto con esa persona a la que creía querer, y que jamás ha llorado por la pérdida, o, mejor, por la desaparición de la vida de uno. El proceso es tan natural, tan tranquilo y tan poco doloroso que uno se llega a cuestionar si esa persona era realmente importante. Tal vez sí lo era, y esta es la forma de asumirlo, por ser la más adaptativa -constantemente nos separamos de gente que quisimos; si sufriéramos cada una de esas veces,...-. Con él, fue distinto. Sentí cada día cómo crecía el distanciamiento, cómo no era sólo que ya no viviéramos cerca lo que nos hacía no vernos o no hablar tan a menudo. Sentí cómo yo iba dejando de formar parte de su vida, vi cómo me iba borrando contra mi voluntad -como cuando la niña de "El viaje de Chihiro" empieza a hacerse invisible y no sabe cómo controlarlo, cómo ponerle fin, porque no quiere desaparecer-.
Y nunca le podré decir que aún lo adoro y lo admiro, que lo echo de menos, que me hace falta, que nada es lo mismo, que podría decir que todo me va mejor si no fuera porque ya no lo tengo cerca, que su novia me cae bien y que no creo que ella tenga que ser un impedimento para volver a tener lo que teníamos, que ante todo, quiero que sea feliz, pero que no entiendo cómo puede serlo sin mí, porque yo no puedo serlo sin él.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Lo que nunca empezó no puede terminar

A veces reaparece una injustificada melancolía de algo que jamás fue, y tal vez precisamente por eso. Puros intentos fallidos, siempre a destiempo; no sabemos bailar juntos. Y ahora además hay un niño que me pisaría los pies. Y yo querría abrazarle, quizá para que la ternura te borre por fin. Pero antes, como despedida definitiva, querría tranquilizarte, susurrándote que es normal que tengas miedo, mientras te acaricio el pelo. Hubiera querido que tu declaración de intenciones -"y que yo pueda ver tu rostro mañana"- no se hubiera convertido en una frase, en una dedicatoria apropiada. Ahora me bastaría con que no me invadiera irónica, con la amargura del contraste, cuando nuestro punto en común saca un libro, "Verano y sombra y adiós". Y adiós.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Sin confirmar

He empezado a creer que existe el amor duradero. Llevo años sabiendo -no lo pensaba, lo sabía, con la misma certeza que a los 5 años sabía que existían los Reyes Magos- que el amor termina (en realidad, el enamoramiento, pero es una palabra tan fea que pretendía evitarla), que es algo fisiológico, que somos víctimas del efecto Coolidge (la atracción por lo novedoso), y que nos saciamos de lo que vemos/usamos cada día. Lo entendía como un proceso natural, no pasa nada. Lo disfrutas un tiempo, lo vives intensamente hasta que pierde sus efectos. Sólo hay que reescribir los cuentos para que lo sepamos todos y aprendamos desde pequeñitos a no sufrir cuando acaba. Los finales felices son historias que aún no han terminado. Sin embargo, he encontrado una excepción que me ha hecho dudar.
Hay una canción que no deja de gustarme por muchas veces que la escuche. Llevo años poniéndola incesantemente, y siempre me hace saltar por dentro. Cuando alguna canción me engancha, la repito y la repito, y la tarareo, y la canto, y la oigo mentalmente, y se la pongo a la gente, y apenas oigo otras canciones,... Pero al cabo del tiempo, caben dos opciones: que simplemente me deje de gustar, o que acabe odiándola; exactamente igual que con mis relaciones (hay una opción más en las relaciones, pero, es curioso, con las canciones no me suele pasar que ella se canse de mí antes que yo de ella). Y cuando una de esas dos cosas sucede, si vuelvo a oirla, o me es indiferente (saludo educadamente y pregunto por cortesía cómo le va todo) o no la puedo soportar y la quito corriendo (lo evito, o saludo desde lejos con cara de asco contenida). Esta canción aún me hace vibrar. Nada más escuchar las primeras notas empiezo a sonreír, y antes del primer minuto -¡de los 13 que dura!-, ya tengo ganas de comerme el mundo, y todo es perfecto de repente, y todo tiene sentido; y soy más guapa, más segura, y más capaz, y no tengo miedo. Y soy feliz. Exactamente igual que cuando me enamoro. En realidad, no es de un cantante que me guste especialmente, ni del estilo de música con el que suelo disfrutar más, pero consigue lo que otras que sí cumplían con todo lo que yo creía que tenían que cumplir, no han conseguido. Exactamente igual que de quien me enamoro. Resulta que la lista de "cualidades que busco en un hombre" sólo sirve para no quedarme en blanco cuando alguien con el que tonteo me pregunta qué busco en un hombre ("si-le, si-le, no-le,...") o para hacerme ilusiones cuando alguna amiga me habla de algún conocido que es precisamente lo que busco (llamamiento a mis amigas: olvidaos de mi lista; necesito un alquimista o un hipnotizador -urge-).
Y desde hoy, que me he dado cuenta de que existe una canción que después de años me hace sentir lo mismo que la primera vez, acuno una fe recién nacida a la que intento proteger de mi pasado de sin-futuros, de mi atención selectiva a las parejas rotas, y de mi miedo al compromiso y al conformismo.

martes, 4 de septiembre de 2007

Confesión

“Hola, me llamo Almadecántaro, tengo 30 años y aún… vivoconmimadre.” No haría falta ni que me pixelaran la cara, porque ya no es una declaración asombrosa; es más, ni me llevarían a la tele por esto (con lo que da de sí la Pantoja, me van a llevar a mí a la tele…). Pero la cosa sigue. Resulta que estoy a gusto, que me gusta vivir con ella. La casa es espaciosa y con piscina comunitaria. Mi madre no me hace preguntas que no quiero contestar, no me mete prisa para que me vaya, ni me pide que me quede, no tiene manías, respeta que odie el tabaco y sólo fuma cuando no ando cerca (no se lo he pedido, pero se lo agradezco). Nunca hay problemas con la temperatura de la calefacción y, aunque es madrugadora, no hace ni un ruido si yo estoy durmiendo. Es la mejor compañera de piso que podría encontrar. Además, no admite que le pague un duro y el Hombre Desesperante sigue pasándonos la pensión para limpiar su culpa. Y aunque vivir aquí tiene pegas (no está decorada a mi gusto, no está en el centro de Madrid,…), tiene más ventajas. Pero el caso es que me avergüenzo, y he empezado a hacer una lista de formas de salirme por la tangente en caso de que me pregunten dónde (lo que va seguido de un “con quién”) vivo:
1. ¿Y tu padre qué tal? - algo hostil - ,
2. Pues, verás, es que no cobro mucho. ¿Tú cuánto cobras? ¿Y quieres tener hijos? –así no sólo consigo que deje el tema, sino que además desaparecerá en menos de 10 minutos,
3. Ostras, ¡¿son esos Angelina Jolie y Brad Pitt?! –es un truco muy viejo, pero aún funciona,
4. Pues prácticamente en la oficina, porque me paso allí la mayor parte del tiempo, porque hay que ver, que entro a las 9 y salgo a las 9, y tengo una compañera de oficina, la Trini, una rubia, muy guapa, que es una tía muy lista, y sin embargo, no hay día que, bueno, a veces sí, pero normalmente, y mira que ella pone de su parte, pues el caso es que… -lo malo es que soy muy mala improvisando; no sé si tendría que acabar la historia con un “¿No son esos Angelina Jolie y Brad Pitt?”.

Y como me da vergüenza y mis dos mejores amigas han propuesto que nos vayamos las tres a un piso de alquiler, puede que no tarde en abandonar mi placentera vida.
Además, hoy he ido a ver el piso piloto del Ser Silencioso (uno de mis hermanos. Se compró un piso sobre plano, pero no tiene ningún interés en ver el piloto, así que nos manda a la familia –no sé si porque tiene mucha imaginación y le basta con que se lo contemos o para que no le insistamos en que vaya a verlo para luego brearle a preguntas que no contestaría-). El piso es pequeñito, pero es tan bonito, está tan bien situado, con tantas comodidades (piscina climatizada comunitaria, aire acondicionado, domótica –haré un link el día que aprenda para los que no sabéis lo que es-), y está decorado tan a mi gusto. Ya sé que no va incluido, pero me han entrado ganas de irme a buscar mueblecitos para mi pisito, y me he imaginado alargando la mano desde el precioso sofá para abrir la nevera de mi modernísima cocina, en la que probablemente no habría nada, porque el piso de menos de 44 m útiles cuesta 464.000 € (77 millones, aprox.) . ¡Ay, qué feliz sería en un piso enano que jamás podré pagarme!
Así que me creía a gusto en mi casa, pero ahora veo lo equivocada que estaba, y sé que sólo conseguiré ser feliz el día que un banco me dé el “sí, quiero” y me permita vivir endeudada hasta la cejas, como el resto de madrileñitos, pagando una letra que no me posibilite tener ningún lujo (¿papel higiénico? Anda, anda; ¡si hay infinidad de periódicos gratuitos!), y mi tiempo libre se reduzca al rato en transporte público de un trabajo a otro (tendré que buscar una segunda ocupación si no quiero recurrir a vender mis órganos). Me tendré que olvidar de ver a amigos, y de viajar, y de salir a ______ (rellénese con lo que se le ocurra; todo costará demasiado), y del ordenador, y de la luz eléctrica. Pero tendré mi propio pisito.

viernes, 31 de agosto de 2007

Estoy hasta las bodas

La primera vez fue cuando tenía 4 años. Estaba en el lago de El Retiro, montada en una barca con mi padre (a partir de ahora, "El Hombre Desesperante", que es mucho más corto) y mi padrino. Yo les veía remar y me entraban unas ganas incotrolables de hacerlo yo. Por algún motivo, me parecía fascinante y tremendamente divertido. "¡Yoquierorremaaaar, yoquierorremaaaaar, yoquierorremaaaaaaaaaaaaar!". Hasta que El Hombre Desesperante paró en seco y extendió sus brazos acercándome el remo. "Rema". Me invadió el terror. "¡Noquirremar, noquirremar, noquierooo!". ¡¿Pero este hombre no se da cuenta de que soy un garbanzo, con los brazos cortitos, las piernas cortitas y la falta de destreza de un niño de 4 años?! ¡No quiero remaaaaaar! Empecé a darme cuenta de que a veces nos empeñamos en cosas que en realidad no querríamos si las conociéramos mejor.
A los 6 años envidiaba el aparato de dientes de mi mejor amiga. Así que tomé una decisión: iba a poner todo mi esfuerzo en que mis dientes salieran torcidos, para que mis padres no tuvieran más remedio que ponerme aparato. ¡Ja, ja, ja; qué malévola! Concienzudamente me ponía el pulgar en el hueco del paladar que juraría que está hecho a medida para el mismo, y empujaba los dientes hacia fuera. Me llevaron al dentista y tras superar la prueba de la pasta que da arcadas -cof-cof-cof y una sonrisa-, me pusieron aparato. Incluso el primer día fue divertido: "Mizda, mamá, qué fbienf me quezda edz afazdazto". No tardé en desearle lo peor a ese ingrato artilugio que, a pesar de lo que yo le había querido, sólo me hacía daño. Así que un día, en un restaurante, lo envolví en una servilleta de papel, y lo dejé allí al irnos, como descuidadamente.
Hasta los 27 años yo nunca había ido a una boda. Toda la gente que conocía había ido al menos a una y, aunque no lo contaban eufóricos, nadie se quejaba. Qué experiencia, ¿no? Ir a una iglesia y ver cómo dos personas siguen un ritual que no han hecho en la vida, delante de un montón de gente, algunos de los cuales no han visto en la vida, mientras se promenten cosas que no van a cumplir en la vida. Y después, toda esa mezcla de gente se sienta en unas mesas y come. Hmmm. ¡Come! ¡Y después bailan! Por favor, ¿¡cuándo más voy a tener oportunidad de hacer esas cosas?! Entonces... desee ir a una boda. Desde aquél momento, llevo 5, y la 6ª se aproxima. Y no puedo soportar más la pérdida de tiempo que es ir de tienda en tienda buscando un vestido-unos zapatos-un bolso-un chal-unos pendientes- que me gusten, el desembolso que suponen el vestido-los zapatos-el bolso-el chal-los pendientes-la peluquiería-el regalo- el desplazamiento-el hotel, las malgastadas horas en la entrada de la iglesia-en la iglesia-en la salida de la iglesia-en el cóctel-en la comida/cena-en el baño subiéndome las medias-en el baile-en el hall despidiéndonos, intercambiando insustanciales comentarios con desconocidos y fingiendo alegría por algo que a mí no me mueve un pelo. Para que mi castigo por desear lo que no debo sea más espeluznante, en la última boda, mi amiga me pidió que le escribiera un texto. Una semana después de su boda, yo tenía el examen para unas oposiciones, así que sufrí crisis de angustia hasta el "día B" y la odié por obligarme a hacer algo que siempre he defendido que tiene que salir solo -lo que dificultaba aún más que se me ocurriera una frase distinta a: "mi amiga, queridos invitados, es una egoísta a la que le importa una mierda mi futuro, y esta boda, en la que estamos reunidos, no justifica lo que me ha hecho pasar"-. Lo que finalmente escribí, les gustó, así que mi amiga "M.", que se casa ahora en Septiembre, ha decidido que ella también quiere uno.
¿¡Y ahora qué hago yo para librarme?! ¿Digo que no quiero-no quiero, o me meto en una servilleta y me quedo en la mesa de un restaurante, rogando porque me tiren a la basura?
M., cuidado con lo que deseas, porque puede que te arrepientas.

jueves, 30 de agosto de 2007

Petición

Antes que nada, necesito demostrar mi emoción por haber logrado hacer un segundo comentario sin tener que iniciar un tercer blog: yuju.

Esto es una petición -de la que puede que me arrepienta- a todos los camioneros que leen este blog (veamos... dejándome llevar por mis prejuicios, diría que no será más del 2% de los visitantes, y si a eso le añadimos que aún no ha entrado nadie en este blog... el 2% de cero es... 100 es a cero como 2 es a x... Creo que mi petición no va a surtir efecto).
En cualquier caso, la dejo aquí por si algún camionero entra por casualidad, y decide llevar el tema a su siguiente junta de camioneros (es una cuestión que no se comenta mucho, pero creo que es innegable que se trata de una secta: todos visten igual, hablan igual, hacen las mismas cosas, y escogen las mismas estaciones de servicio para hacer sus paradas. ¿Coincidencia? No lo creo).
El caso es que todos los veranos tiene lugar la misma circunstancia. Mientras voy conduciendo camino al trabajo, por la carretera de Madrid que está más de moda entre los camiones, algún camionero al que adelanto o del que paso al lado, me pita (hay distintas variantes: dos pitidos cortos -pi-pi-, un pitido y luces -pi-... pla-pla-...-pla-pla-, etc.). Mi reacción instintiva (debe de ser algo intrínseco, que se pasa de generación conductora en generación conductora) es pensar que le pasa algo a mi coche y que me intentan avisar. Miro por los retrovisores a ver si una columna de humo negro sale por el culito de mi pantera azul, cierro los ojos intentando agudizar el resto de sentidos, para detectar si se me ha pinchado una rueda, miro que la puerta del copiloto esté bien cerrada y no a punto de abrirse con el viento y ser arrancada de cuajo,... Se me ocurre también que se me haya descolgado un faro, o que lleve un golpe aterrador en algún lado, y me entran ganas de girar bruscamente y pararme en el arcén para comprobarlo. Pero decido que no voy a solucionarlo en el arcén (siempre me olvido de coger el martillo para arreglar los golpes y el soplete), y sigo elucubrando otros posibles motivos. Tal vez haya adelantado muy pegada, o él fuera a meterse en mi carril y no le he dejado sin darme cuenta, ... Y entonces me viene una luz. "Un momento... Esta vez también era un camionero el que te ha pitado. ¿Por qué siempre te avisan de algo grave los camioneros? ¿Y por qué siempre en verano?" Tirando del hilo y siguiendo pistas, creo haber encontrado el por qué: llevo escote. (Seguro que el resto de mujeres que vais en coche por sitios con camiones, ya habías deducido por qué os pitaban. Podíais habérmelo dicho...)
Agradezco su intención, sres. camioneros, pero, por favor, teniendo en cuenta lo obsesiva y ligeramente paranoica que soy, me asusto cuando me pitan, así que les rogaría que lo sustituyeran por algún gesto obsceno que pueda ver a través de mi retrovisor, o por algún comentario soez desde su ventanilla.
Como decía al principio, puede que me arrepienta de esta petición porque el KuKluxKlaxon decida, en sus reuniones secretas, dejarme sin sus muestras de aprecio, como castigo a mi ingratitud, y que sin ello mi autoestima se resienta. Pero es que me ataca, y siempre me quedo con la duda de si no me habrán pitado porque he hecho algo mal sin darme cuenta.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Segundo intento

No es la primera vez que tengo un blog, no, ni mucho menos. Ayer empecé otro, pero hoy he sido incapaz de entrar de nuevo para escribir un segundo post. Lo he intentado toooda la mañana (un saludo a mi jefa!), cosa que no debería contar para que no se me tache de inepta tan pronto (ya mejor, más adelante), pero así ha sido.

He sido perseverante, lo juro, pero me he desesperado (y he desperseverado). He seguido escrupulosamente todas las instrucciones de los majetes que se encargan de esto, pero llego a un bucle sin solución, así que esta es la alternativa b.

Teniendo en cuenta mi imposibilidad para ni siquiera postear, entenderéis que la estética de mi blog deje mucho que desear, ¿verdad? Pido mil disculpas y os suplico que me ilustréis (si alguna vez alguien llega a leerme y progreso en mi intento de llegar a donde está mi idolatrada "La Mujer Tirita"). ¿Cómo, por Dios, cómo se hace?

Lástima que esto (léase "esta basura") pueda ser lo último que escriba al mundo (si vuelve a no dejarme, no empiezo un tercer blog; que no crea en las señales no significa que no existan).