domingo, 30 de septiembre de 2007

Lo que nunca empezó no puede terminar

A veces reaparece una injustificada melancolía de algo que jamás fue, y tal vez precisamente por eso. Puros intentos fallidos, siempre a destiempo; no sabemos bailar juntos. Y ahora además hay un niño que me pisaría los pies. Y yo querría abrazarle, quizá para que la ternura te borre por fin. Pero antes, como despedida definitiva, querría tranquilizarte, susurrándote que es normal que tengas miedo, mientras te acaricio el pelo. Hubiera querido que tu declaración de intenciones -"y que yo pueda ver tu rostro mañana"- no se hubiera convertido en una frase, en una dedicatoria apropiada. Ahora me bastaría con que no me invadiera irónica, con la amargura del contraste, cuando nuestro punto en común saca un libro, "Verano y sombra y adiós". Y adiós.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Sin confirmar

He empezado a creer que existe el amor duradero. Llevo años sabiendo -no lo pensaba, lo sabía, con la misma certeza que a los 5 años sabía que existían los Reyes Magos- que el amor termina (en realidad, el enamoramiento, pero es una palabra tan fea que pretendía evitarla), que es algo fisiológico, que somos víctimas del efecto Coolidge (la atracción por lo novedoso), y que nos saciamos de lo que vemos/usamos cada día. Lo entendía como un proceso natural, no pasa nada. Lo disfrutas un tiempo, lo vives intensamente hasta que pierde sus efectos. Sólo hay que reescribir los cuentos para que lo sepamos todos y aprendamos desde pequeñitos a no sufrir cuando acaba. Los finales felices son historias que aún no han terminado. Sin embargo, he encontrado una excepción que me ha hecho dudar.
Hay una canción que no deja de gustarme por muchas veces que la escuche. Llevo años poniéndola incesantemente, y siempre me hace saltar por dentro. Cuando alguna canción me engancha, la repito y la repito, y la tarareo, y la canto, y la oigo mentalmente, y se la pongo a la gente, y apenas oigo otras canciones,... Pero al cabo del tiempo, caben dos opciones: que simplemente me deje de gustar, o que acabe odiándola; exactamente igual que con mis relaciones (hay una opción más en las relaciones, pero, es curioso, con las canciones no me suele pasar que ella se canse de mí antes que yo de ella). Y cuando una de esas dos cosas sucede, si vuelvo a oirla, o me es indiferente (saludo educadamente y pregunto por cortesía cómo le va todo) o no la puedo soportar y la quito corriendo (lo evito, o saludo desde lejos con cara de asco contenida). Esta canción aún me hace vibrar. Nada más escuchar las primeras notas empiezo a sonreír, y antes del primer minuto -¡de los 13 que dura!-, ya tengo ganas de comerme el mundo, y todo es perfecto de repente, y todo tiene sentido; y soy más guapa, más segura, y más capaz, y no tengo miedo. Y soy feliz. Exactamente igual que cuando me enamoro. En realidad, no es de un cantante que me guste especialmente, ni del estilo de música con el que suelo disfrutar más, pero consigue lo que otras que sí cumplían con todo lo que yo creía que tenían que cumplir, no han conseguido. Exactamente igual que de quien me enamoro. Resulta que la lista de "cualidades que busco en un hombre" sólo sirve para no quedarme en blanco cuando alguien con el que tonteo me pregunta qué busco en un hombre ("si-le, si-le, no-le,...") o para hacerme ilusiones cuando alguna amiga me habla de algún conocido que es precisamente lo que busco (llamamiento a mis amigas: olvidaos de mi lista; necesito un alquimista o un hipnotizador -urge-).
Y desde hoy, que me he dado cuenta de que existe una canción que después de años me hace sentir lo mismo que la primera vez, acuno una fe recién nacida a la que intento proteger de mi pasado de sin-futuros, de mi atención selectiva a las parejas rotas, y de mi miedo al compromiso y al conformismo.

martes, 4 de septiembre de 2007

Confesión

“Hola, me llamo Almadecántaro, tengo 30 años y aún… vivoconmimadre.” No haría falta ni que me pixelaran la cara, porque ya no es una declaración asombrosa; es más, ni me llevarían a la tele por esto (con lo que da de sí la Pantoja, me van a llevar a mí a la tele…). Pero la cosa sigue. Resulta que estoy a gusto, que me gusta vivir con ella. La casa es espaciosa y con piscina comunitaria. Mi madre no me hace preguntas que no quiero contestar, no me mete prisa para que me vaya, ni me pide que me quede, no tiene manías, respeta que odie el tabaco y sólo fuma cuando no ando cerca (no se lo he pedido, pero se lo agradezco). Nunca hay problemas con la temperatura de la calefacción y, aunque es madrugadora, no hace ni un ruido si yo estoy durmiendo. Es la mejor compañera de piso que podría encontrar. Además, no admite que le pague un duro y el Hombre Desesperante sigue pasándonos la pensión para limpiar su culpa. Y aunque vivir aquí tiene pegas (no está decorada a mi gusto, no está en el centro de Madrid,…), tiene más ventajas. Pero el caso es que me avergüenzo, y he empezado a hacer una lista de formas de salirme por la tangente en caso de que me pregunten dónde (lo que va seguido de un “con quién”) vivo:
1. ¿Y tu padre qué tal? - algo hostil - ,
2. Pues, verás, es que no cobro mucho. ¿Tú cuánto cobras? ¿Y quieres tener hijos? –así no sólo consigo que deje el tema, sino que además desaparecerá en menos de 10 minutos,
3. Ostras, ¡¿son esos Angelina Jolie y Brad Pitt?! –es un truco muy viejo, pero aún funciona,
4. Pues prácticamente en la oficina, porque me paso allí la mayor parte del tiempo, porque hay que ver, que entro a las 9 y salgo a las 9, y tengo una compañera de oficina, la Trini, una rubia, muy guapa, que es una tía muy lista, y sin embargo, no hay día que, bueno, a veces sí, pero normalmente, y mira que ella pone de su parte, pues el caso es que… -lo malo es que soy muy mala improvisando; no sé si tendría que acabar la historia con un “¿No son esos Angelina Jolie y Brad Pitt?”.

Y como me da vergüenza y mis dos mejores amigas han propuesto que nos vayamos las tres a un piso de alquiler, puede que no tarde en abandonar mi placentera vida.
Además, hoy he ido a ver el piso piloto del Ser Silencioso (uno de mis hermanos. Se compró un piso sobre plano, pero no tiene ningún interés en ver el piloto, así que nos manda a la familia –no sé si porque tiene mucha imaginación y le basta con que se lo contemos o para que no le insistamos en que vaya a verlo para luego brearle a preguntas que no contestaría-). El piso es pequeñito, pero es tan bonito, está tan bien situado, con tantas comodidades (piscina climatizada comunitaria, aire acondicionado, domótica –haré un link el día que aprenda para los que no sabéis lo que es-), y está decorado tan a mi gusto. Ya sé que no va incluido, pero me han entrado ganas de irme a buscar mueblecitos para mi pisito, y me he imaginado alargando la mano desde el precioso sofá para abrir la nevera de mi modernísima cocina, en la que probablemente no habría nada, porque el piso de menos de 44 m útiles cuesta 464.000 € (77 millones, aprox.) . ¡Ay, qué feliz sería en un piso enano que jamás podré pagarme!
Así que me creía a gusto en mi casa, pero ahora veo lo equivocada que estaba, y sé que sólo conseguiré ser feliz el día que un banco me dé el “sí, quiero” y me permita vivir endeudada hasta la cejas, como el resto de madrileñitos, pagando una letra que no me posibilite tener ningún lujo (¿papel higiénico? Anda, anda; ¡si hay infinidad de periódicos gratuitos!), y mi tiempo libre se reduzca al rato en transporte público de un trabajo a otro (tendré que buscar una segunda ocupación si no quiero recurrir a vender mis órganos). Me tendré que olvidar de ver a amigos, y de viajar, y de salir a ______ (rellénese con lo que se le ocurra; todo costará demasiado), y del ordenador, y de la luz eléctrica. Pero tendré mi propio pisito.