La primera vez fue cuando tenía 4 años. Estaba en el lago de El Retiro, montada en una barca con mi padre (a partir de ahora, "El Hombre Desesperante", que es mucho más corto) y mi padrino. Yo les veía remar y me entraban unas ganas incotrolables de hacerlo yo. Por algún motivo, me parecía fascinante y tremendamente divertido. "¡Yoquierorremaaaar, yoquierorremaaaaar, yoquierorremaaaaaaaaaaaaar!". Hasta que El Hombre Desesperante paró en seco y extendió sus brazos acercándome el remo. "Rema". Me invadió el terror. "¡Noquirremar, noquirremar, noquierooo!". ¡¿Pero este hombre no se da cuenta de que soy un garbanzo, con los brazos cortitos, las piernas cortitas y la falta de destreza de un niño de 4 años?! ¡No quiero remaaaaaar! Empecé a darme cuenta de que a veces nos empeñamos en cosas que en realidad no querríamos si las conociéramos mejor.
A los 6 años envidiaba el aparato de dientes de mi mejor amiga. Así que tomé una decisión: iba a poner todo mi esfuerzo en que mis dientes salieran torcidos, para que mis padres no tuvieran más remedio que ponerme aparato. ¡Ja, ja, ja; qué malévola! Concienzudamente me ponía el pulgar en el hueco del paladar que juraría que está hecho a medida para el mismo, y empujaba los dientes hacia fuera. Me llevaron al dentista y tras superar la prueba de la pasta que da arcadas -cof-cof-cof y una sonrisa-, me pusieron aparato. Incluso el primer día fue divertido: "Mizda, mamá, qué fbienf me quezda edz afazdazto". No tardé en desearle lo peor a ese ingrato artilugio que, a pesar de lo que yo le había querido, sólo me hacía daño. Así que un día, en un restaurante, lo envolví en una servilleta de papel, y lo dejé allí al irnos, como descuidadamente.
Hasta los 27 años yo nunca había ido a una boda. Toda la gente que conocía había ido al menos a una y, aunque no lo contaban eufóricos, nadie se quejaba. Qué experiencia, ¿no? Ir a una iglesia y ver cómo dos personas siguen un ritual que no han hecho en la vida, delante de un montón de gente, algunos de los cuales no han visto en la vida, mientras se promenten cosas que no van a cumplir en la vida. Y después, toda esa mezcla de gente se sienta en unas mesas y come. Hmmm. ¡Come! ¡Y después bailan! Por favor, ¿¡cuándo más voy a tener oportunidad de hacer esas cosas?! Entonces... desee ir a una boda. Desde aquél momento, llevo 5, y la 6ª se aproxima. Y no puedo soportar más la pérdida de tiempo que es ir de tienda en tienda buscando un vestido-unos zapatos-un bolso-un chal-unos pendientes- que me gusten, el desembolso que suponen el vestido-los zapatos-el bolso-el chal-los pendientes-la peluquiería-el regalo- el desplazamiento-el hotel, las malgastadas horas en la entrada de la iglesia-en la iglesia-en la salida de la iglesia-en el cóctel-en la comida/cena-en el baño subiéndome las medias-en el baile-en el hall despidiéndonos, intercambiando insustanciales comentarios con desconocidos y fingiendo alegría por algo que a mí no me mueve un pelo. Para que mi castigo por desear lo que no debo sea más espeluznante, en la última boda, mi amiga me pidió que le escribiera un texto. Una semana después de su boda, yo tenía el examen para unas oposiciones, así que sufrí crisis de angustia hasta el "día B" y la odié por obligarme a hacer algo que siempre he defendido que tiene que salir solo -lo que dificultaba aún más que se me ocurriera una frase distinta a: "mi amiga, queridos invitados, es una egoísta a la que le importa una mierda mi futuro, y esta boda, en la que estamos reunidos, no justifica lo que me ha hecho pasar"-. Lo que finalmente escribí, les gustó, así que mi amiga "M.", que se casa ahora en Septiembre, ha decidido que ella también quiere uno.
¿¡Y ahora qué hago yo para librarme?! ¿Digo que no quiero-no quiero, o me meto en una servilleta y me quedo en la mesa de un restaurante, rogando porque me tiren a la basura?
M., cuidado con lo que deseas, porque puede que te arrepientas.
viernes, 31 de agosto de 2007
Estoy hasta las bodas
Así habló almadecántaro a las 11:04
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1 comentario:
De peequeña, me enseñaron a soplar un diente de león o una vela de cumpleaños y pedir un deseo...
A veces, me despierto angustiada: tengo miedo de lo que soplé y marchó no fuera otra cosa que mis deseos...
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