domingo, 21 de octubre de 2007

Mi amigo David

Ayer lo volví a ver. Nos volvimos a ver, en realidad, pero parece que al ser yo la más interesada, la que más lo quería, la que más lo llevaba queriendo, tengo que ser yo el sujeto. Aunque no siempre he sido yo el sujeto en esa relación, o eso quiero creer, aunque las evidencias me contradigan.
Lo volví a ver. Por fin. Después de tres años, más o menos, me obligué a no llevar la cuenta exacta. Los dedos más gorditos, la cara más gordita,... No gordo, ni mucho menos, pero más rellenito, menos espigado. Transmitiendo la misma seguridad, la misma presencia, pero distinto. Tal vez quería yo verlo distinto, ver a otro en él, para justificar su olvido, para perdonarle por olvidarme. Qué más da, en realidad; no podría dejar de perdonarle.
Fingí que exageraba mi alegría al saludarle, abriendo los brazos cuando se acercaba, para abarcarlo al darle dos besos, cuando en realidad llevaba un buen rato aleccionándome para mantener las distancias al reencontrarlo, para no saludarle con un abrazo sentido, un único beso en la mejilla -como hacen los amigos de verdad- y unas lágrimas contenidas. Le di dos besos sonriendo, y en seguida, pasé a saludar al otro amigo del colegio, menos amigo mío, más de él, y luego a sus respectivas novias. A todos con la misma alegría, para que no se diera cuenta de lo mucho que lo echo de menos, y que no pudiera sospechar que el encuentro para mí era más bien doloroso, porque es cuando lo veo, cuando más lo extraño.
Uno se acostumbra a vivir sin quien un día fue importante, se acostumbra sin notar la ausencia, pasa poco a poco, y un día se da cuenta de que ya no tiene contacto con esa persona a la que creía querer, y que jamás ha llorado por la pérdida, o, mejor, por la desaparición de la vida de uno. El proceso es tan natural, tan tranquilo y tan poco doloroso que uno se llega a cuestionar si esa persona era realmente importante. Tal vez sí lo era, y esta es la forma de asumirlo, por ser la más adaptativa -constantemente nos separamos de gente que quisimos; si sufriéramos cada una de esas veces,...-. Con él, fue distinto. Sentí cada día cómo crecía el distanciamiento, cómo no era sólo que ya no viviéramos cerca lo que nos hacía no vernos o no hablar tan a menudo. Sentí cómo yo iba dejando de formar parte de su vida, vi cómo me iba borrando contra mi voluntad -como cuando la niña de "El viaje de Chihiro" empieza a hacerse invisible y no sabe cómo controlarlo, cómo ponerle fin, porque no quiere desaparecer-.
Y nunca le podré decir que aún lo adoro y lo admiro, que lo echo de menos, que me hace falta, que nada es lo mismo, que podría decir que todo me va mejor si no fuera porque ya no lo tengo cerca, que su novia me cae bien y que no creo que ella tenga que ser un impedimento para volver a tener lo que teníamos, que ante todo, quiero que sea feliz, pero que no entiendo cómo puede serlo sin mí, porque yo no puedo serlo sin él.